Más allá de las palabras

27 enero 2007

Hoy quiero pedir perdón. Sin el más mínimo detalle de duda y con el mayor atisbo de arrepentimiento que me sea posible.
Quiero pedirle perdón a aquella chica del autobús que fue capaz de aguantarle la mirada a un ser tan vacío como yo. Yo iba de pie, ella sentada. Yo escuchaba música, ella apoyaba su cabeza en el cristal, dejando perder sus ojos en un mar asfaltado. Llevaba varios segundos observándola, sin perder detalle del reflejo de su rostro, dibujado en el fino vidrio. Y ella giró su cabeza, como los perdedores que no son capaces de soportar lo que tienen enfrente y necesitan agarrarse al clavo ardiendo que es el pasado.

Mi gesto inmediato fue un conato de apartar mi mirada de aquel ángel y romper el hechizo, pero aguanté toda esa presión que supone el mantenerse firme en el propósito de conseguir un regalo ínfimo.
Aquel regalo venía crudo, sin lazo ni tarjeta de felicitación. Fue una carta bomba que me estalló en mis ojos cuando nuestras miradas se cruzaron.

Ella fue tan valiente que no apartó su mirada al verme allí, de pie, con mis ojos fijados a sus ojos, con un gesto serio que se fue transformando en leve sonrisa según disminuía aquella presión. Fue tan valiente que llegó a tomar la iniciativa y me consiguió ganar la batalla.
¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco? Me pongo a pensar y un solo segundo es ya casi una eternidad en la ardua labor de fijar la vista en otro semejante, y no desviarla. No esperaba esa resistencia mental de alguien como ella y sin embargo, tan fugaz, tan profunda, tan sentida, tan única, me dejó frío y apaciguó un fuego que iba en aumento.

Creo que ella notó que me había vencido, sintió como clavaba una espada en mi orgullo y lo dejaba herido de muerte. Sólo ella será capaz de desenvainarla, sacarla de mi cuerpo y decirme, mientras me mira de nuevo a los ojos: “Tú sangre... mi sangre. Tus ojos, mis ojos”

Ah, se me olvidaba. Perdón.

-Borja

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