Más allá de las palabras

10 septiembre 2006

La tristeza de Marta (2)

No quiso abrigarse.
La noche era gélida, capaz de helar al mismísimo infierno pero Marta era fuerte. La vida le había convertido en una roca, una roca hueca. Aparentemente fuerte por fuera y sin embargo vacía y débil por dentro.

Vaqueros arrugados, fina camiseta rosa, zapatillas blancas de deporte y un ajustado gorro, del cuál parecían querer escaparse algunos mechones de su oscuro cabello castaño.
Marta anduvo durante unos instantes por el centro de la calle, evadida del mundo que le rodeaba. Dormido.

La débil luz de las farolas no resultaba acogedora. Más bien era una invitación a abandonar aquel hinóspito lugar. Una invitación a la que, como a tantas otras, Marta no prestó atención alguna.Los coches, aparcados a ambos lados de la calle, sufrían desde hacía horas el incesante ataque de la ligera brisa helada. También el asfalto comenzaba a sucumbir ante tan implacable enemigo.

Marta dejó de caminar. Se encontraba justo a las puertas del parque donde tantos tristes paseos de despedida habían nacido, crecido y muerto. Decidió entrar, pensando que uno más (aun a pesar del frío y la oscuridad) no podría hacerle daño alguno después de todo.

Era allí donde había pasado las infinitas tardes de su niñez. En ocasiones durmiendo junto a su abuelo, ya muerto, a la sombra de cualquier roble. Alguna vez leyendo, sentada en el banco más escondido de todo el parque, protegiéndose de las miradas que acechaban. Quizás sintió en aquel lugar como la lluvia golpeaba suavemente su cuerpo contadas tardes de Abril, mientras ella miraba al cielo, esperando el regalo de un arcoiris que posiblemente jamás llegó. O quizás fue allí donde conoció el amor.

Dar el primer paso dentro del parque era para Marta como para cualquiera de nosotros abrir ese álbum de fotos viejo y empolvado e ir repasando poco a poco todas las fotos que en él se hallan. Dejar que nuestros labios se ensanchen y formen una amplia sonrisa muda mientras nuestros ojos brillan al recordar cada anécdota unida a cada imagen.
Para Marta sin embargo era diferente. No había sonrisas y el único brillo que se dibujaba en sus ojos era el de las lágrimas que brotaban.


-el llanero solitario

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