Más allá de las palabras

13 septiembre 2006

La tristeza de Marta (y 3)

Paso a paso. Respetando la imponente atmósfera que le rodeaba. Una atmósfera envuelta en misterio y llena de oscuridad. Una atmósfera que hacía que la melancolía de Marta comenzase a arder dentro de sí.

Se sentó en un banco, ligeramente cubierto de escarcha que Marta apartó acariciándola con su mano de seda.Aquél banco era el único para Marta. Sentarse en él, significaba volver la vista atrás. Verla allí era sinónimo de profunda tristeza en su corazón; por desgracia para los que hasta entonces la querían, Marta lo visitaba siempre que podía.

Se tumbó. Quiso buscar alguna estrella errante en el cielo. Quiso buscar la luna y susurrarle algunas palabras al oído. Pero estaba sola. Quizás más sola que nunca. La luna había huido y había hecho prisioneras a todas las estrellas del firmamento. No brillaban. Marta no las veía pero sabía que desde algún lugar le miraban y lloraban junto a ella. Lo mismo pensaba sobre él. No estaba junto a ella, pero desde la inmensidad del universo sabía que cuidaba de ella.

Cerró los ojos, no quería que le viera llorar. Marta siempre había aparentado una fortaleza de hierro que le protegía de todas los puñales que le iba lanzando la vida. Pero siempre los mas fuertes, son los mas indefensos.Se tumbó y cerró los ojos. Solo pensaba en él, en aquella breve tarde, en todos los detalles. Cualquier gesto, sonrisa, mueca, caricia.Ocurrió en primavera. Todo había sido la primavera pasada a tan duro invierno.Marta, cuando sobrepasaba la barrera del delirio, pensaba que aquel invierno era un castigo divino.

Todo fue una tarde de Abril. Un cielo azul oscuro amenazante. Un parque verdecido, inundado de flores. Un hombre, una mujer. Dos amigos. Dos amigos que, mutuamente, quisieron dejar a un lado la amistad y hacer que fluyera el manantial del amor, por tanto tiempo contenido absurdamente.Todo empezó en aquél banco donde Marta estaba tumbada. Comenzaba a llover. Lluvia fina, lluvia de Abril. Ambos estaban sentados, contemplando el infinito, cuando él se levantó. Abrió sus brazos, cerró los ojos y dejó que la lluvia, mas intensa a cada instante, le mojara. Marta le imitó, se levantó y se colocó enfrente de él.

“Daría lo que fuera porque jamás se acabara esta lluvia” dijo él dejando escapar una sonrisa. “Y yo daría todo porque este momento jamás muriera” agregó Marta.Desde aquel instante ya no mojaba la lluvia. Los dos abrieron los ojos y los segundos de sus miradas cruzadas fueron la absoluta eternidad. Era fuego vivo, era todo el amor contenido durante meses el que ahora quemaba el aire.Era el brillo de sus caras húmedas, eran sus cuerpos deseosos de unirse. Eran sus mentes diciendo a sus corazones: “Ahora te toca a ti”.

Y por fin sus labios se unieron. Despacio, al compás de la fina lluvia que aún caía. Suavemente, regalando pasión adolescente.


Aquél chico, Borja, moriría horas después mientras dormía. Muerte súbita. Pero ni el consuelo de una muerte dulce pudo paliar la tristeza de Marta. Una tristeza que le acompañará siempre. Un puñal que de nuevo intentó clavarse en su piel. Lo consiguió.
Desde aquel día Marta vive muriendo, malherida. Llorando cada noche que visita el parque. Llorando a cada instante que quiere ver la cara de Borja en su recuerdo. Llorando cuando viene a su mente aquél beso. Que fue el primero, el último. Aquel beso, que fue único.

-el llanero solitario

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