Más allá de las palabras

29 abril 2007

Tonta

Según va pasando la vida me voy dando cuenta de qué importa y qué no, de quién me importa y quién no. A eso se le llama madurar y, por desgracia, no todo el mundo ha pasado por esa fase vital. Yo puedo estar orgulloso de decir que me siento una persona madura. Pero que esto no lleve a engaño; madurez no significa perfección sino más bien capacidad de asumir errores y aprender de ellos.
Experiencia + Ilusión = Vida.
Llevaba tiempo sin escribir, es cierto. No quería hacerlo. Me aburría el hecho de teclear siempre las mismas teclas en órdenes diversos para al final acabar diciendo lo mismo. Para acabar sin decir nada.
Hoy tampoco tengo nada especial que decir, nada sobre lo que verter una opinión, ninguna historia. Nada.
Sólo quiero que esto sirva como una pequeña muestra de apoyo a quien aún no tiene claro si mirar al futuro o intentar rescatar las esperanzas del pasado. Te importa, vale, lo comprendo; intento comprenderlo y me cuesta, pero acabo aceptando que seis años es demasiado tiempo para olvidar en tres meses, sé lo que es olvidar y también sé lo difícil que es no poder, no querer olvidar. Pero piensa, mírala, a ella, sí a ella: ¿qué ves? ¿a quién ves?. Dímelo, sincérate.
Aún te quedan cientos de lágrimas, decenas de tardes deprimentes, algún abrazo que intente consolarte, quizás golpes más duros... Tu decides si merece la pena.
Sea como sea, pase lo que pase; aquí seguirá mi apoyo, aquí seguiré yo. No importa que seas tonta, porque eres mi tonta.

-Borja

10 abril 2007

Sobre lo efímero

La alegría es efímera. La noche, la luz, el cielo apagado es efímero, el ruido, los ojos brillantes, la gente es efímera, las bocas abiertas de asombro, los helados que se derriten en las manos trémulas de unos niños aún víctimas de la inocencia, el hombre, tan sorprendente él, efímero, y la mujer, tan única ella y tan efímera, la arena, la sal, el mar. En cierta medida todo es efímero, todo puede acabar escapándose de nuestro tacto, todo es tan único que nosotros lo convertimos en costumbre y hacemos que pierda su grado de grandeza.
Quizás el ejemplo peque de absurdo por ser simple, pero baste para explicar lo efímero de la vida; uno camina por la playa abstraído. No importa el motivo de dicha abstracción, el caso es que camina sin rumbo marcado. Camina, decía, sin importarle lo que le rodea. Cerca de la orilla, donde la arena ya ha sucumbido al envite de agua y sal, uno se detiene para observar el infinito y allí perderse aunque sea sólo un instante.
Cuando se permanece enganchado al espectáculo del atardecer marítimo, se pierde la noción del tiempo. Sin embargo, la marea no cesa, las olas ya mojan con suavidad los pies del que observa y es entonces cuando despierta. Siente que a él ha llegado algo que hasta hace un momento no imaginaba, esas tímidas olas. Llegan, crecen, decrecen y se marchan de nuevo en dirección mar adentro, y son sólo eso; olas, pequeñas olas de un enorme mar que guardan un secreto vital en forma de lección: lo efímero de la vida, lo efímero de las cosas, lo efímero de ese doloroso sentimiento llamado amor.
Cuando aquél que mira al horizonte emprenda de nuevo la marcha ya entrada la noche, oirá el ruido de unos fuegos artificiales que son lanzados a la vasta inmensidad del cielo, se girará, dará la espalda al mar tanto tiempo contemplado, sonreirá y mientras sus ojos reflejan aquella explosión de colores, se dirá a si mismo: “Carpe Diem Borja, Carpe Diem...”

-Borja

·Últimamnte tengo un poco descuidado el blog. ¿El motivo? He iniciado una aventura en forma de fotolog, donde escribo casi a diario. Aquí está la dirección.

Fragmento de Ensayo sobre la ceguera

La conversación que transcribo a continuación corresponde a un fragmento de las páginas finales de Ensayo sobre la ceguera; una obra maestra de la literatura actual escrita por el premio nobel José Saramago. Nuestra conciencia se activará si realmente somos seres racionales.

Siguieron andando. Un poco más allá, dijo la mujer del médico, En el camino hay más muertos que de costumbre, Es nuestra resistencia lo que está llegando al fin, se acaba el tiempo, se agota el agua, proliferan las enfermedades, la comida se convierte en veneno, lo dijiste tú antes, recordó el médico, Quién sabe si entre estos muertos no estarán mis padres, dijo la chica de las gafas oscuras, y yo aquí, pasando a su lado, y no los veo, Es una vieja costumbre de la humanidad ésa de pasar al lado de los muertos y no verlos, dijo la mujer del médico.

·Gracias señor Saramago por seguir creyendo en la posibilidad de un mundo diferente y hacer, que a través de sus libros, todos podamos soñar con un futuro utópico.

-Borja

01 abril 2007

Madrid 31 de Marzo

He salido de casa y el cielo amenazaba lluvia. Mi única protección era un libro que llevaba bajo el brazo. He recorrido rápido los pocos metros que separan mi portal del metro y allí he entrado. Hasta Canal he permanecido con la vista fija en las hojas de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Una vez allí he cambiado de línea; caminando por los pasillos del subsuelo con torpe desgana sin destino. En ocasiones nos preguntamos cuál es nuestro destino. Yo asumo que no lo tengo.
Mientras pensaba en niemeces plomizas he acabado en un nuevo andén, casi sin querer en un nuevo vagón y por inercia inocente me encontraba abriendo las puertas en Bilbao, línea cuatro.
He estado vagando por mi ciudad, caminando ausente. He descubierto una exposición acerca de la historia de Madrid en una de esas pequeñas calles que huelen a leyenda. Me he conmovido viendo las decenas de fotografías que allí había abandonadas a los ojos escrutadores de infelices como yo. He vuelto al aire de la calle, por poco tiempo. Tras un nuevo, y breve, viaje en suburbano, mi cabeza ha asomado al tráfico de la plaza de Colón y mi nariz ha respirado el frío de las siete y cuarto de un madrileño sábado de primavera.
Bajando por Recoletos, me he parado en cada banco, he querido escuchar cada silbido de los pocos pájaros que aun nos quedan y he deseado ser una pieza más de no sé bien que puzzle.
He evitado mirar a Cibeles directamente a los ojos. Mientras subía la calle Alcalá he intentado no darme la vuelta, como si así, pudiera olvidar el pasado. El de hace un año y el de hacía una hora, no quería.
No sé muy bien cómo, he acabado en la Casa del Libro de Gran Vía. Miraba, ojeaba, fingía sentir interés en todos aquellos libros. Nunca he sido bueno mintiendo, ni siquiera a mí mismo. Eran cerca de las nueve de la noche y la tienda comenzaba a dejar caer la intensidad de su iluminación. El mensaje de Vayan marchándose venía implícito en aquel progresivo oscurecimiento.
He salido a la vida de la Gran Vía, sin ganas de nada. He caminado hasta Callao y junto antes de bajar de nuevo a la otra vida de Madrid, una hoja que llevaba doblada dentro del libro, se ha dejado caer.
- Oye, esto es tuyo. Se te acaba de caer.
- Gracias.
- No hay de que.
No recordaba llevar nada entre las páginas de aquel libro. Con cuidado he abierto la hoja, desdoblándola con mis manos torpes. Y he vuelto a recordar que hacía yo allí; esperar a quien nunca subirá esas escaleras con una sonrisa en los labios, un beso en la mirada y un te quiero en el alma. No he podido evitar las lágrimas.