Más allá de las palabras

27 septiembre 2006

Poco a poco


Creo que es lo mejor; no subir toda la montaña de golpe sino hacerlo tomándose el tiempo necesario. Descansando cada vez que se requiera, respirando. Despacio y constante.Subí otras montañas rápido, raudo y veloz. Sin pensar en que cuando llegara a la cumbre estaría agotado. Y lo pagué.

Por eso esta montaña quiero ir subiéndola poquito a poco, para llegar a lo más alto sin haber gastado energías en quererte demasiado, antes de tiempo.

De momento estoy a sus pies. Desde aquí no veo la cima. Tan solo puedo intuir que todo el esfuerzo hecho a partir de ahora, tendrá su recompensa. Y quiero creer que llegará el día en el que oiga un “te quiero” que me salve de la locura en la que estoy a punto de caer.

Y que mejor te quiero que aquel que sale de tu boca.

- el llanero solitario

21 septiembre 2006

Respuestas a un discurso equivocado


Buceando por las entrañas de Internet me he encontrado con esto. Sería recomendable leerlo antes de continuar con mi reflexión. Tan solo son dos párrafos, de un hecho ya archiconocido por todos nosotros, los ataques del 11 de Septiembre de 2001 contra los Estados Unidos de América.

El primero de ellos (párrafos) es una breve explicación que el señor Jiménez Losantos hace acerca de aquel tremendo episodio ya histórico pero el segundo, y es éste el que realmente me ha llamado la atención – ustedes mismos podrán entender porqué - por todo lo que en él trata este señor.
Léanlo detenidamente, eso sí, si antes no les da por cerrar la ventana. Esa fue mi primera tentación al leer semejante discurso belicoso.

“Muchas veces es necesaria la guerra y entonces es justo hacerla.”

Parto de dos nociones básicas, de dos éticas que yo tomo como propias, de dos ideas que desde siempre que he tenido uso de razón, he mantenido: La guerra nunca es necesaria y por lo tanto, nunca es justo hacerla. No es justo que mueran miles de civiles en una guerra, como tampoco lo es que mueran en el World Trade Center de Nueva York.

No es necesaria la guerra, solo los provocadores, agitadores, ¡los sedientos de sangre promueven las guerras! Pero nosotros no. Los pacifistas, los que creemos en la desaparición del radicalismo en las religiones, los que luchamos contra el totalitarismo, los que confiamos en la libertad... no. Nosotros no creemos que la guerra sea necesaria. Nosotros no creemos en la guerra.

“Hacen falta estados terroristas que actúen con y como bandas terroristas. Esos estados deben ser, sencillamente, destruidos.”

Ni el mismísimo Adolf Hitler habría podido pronunciar tan abrumadoras y radicales palabras. Quizás este hombre, Federico Jiménez Losantos, quisiera hacer un llamamiento a un nuevo Holocausto: la desaparición de estados que a su juicio actúan con y como bandas terroristas. Esto incluye no solo a los países que Losantos deja intuir (Irán, Afganistán en época talibán, Corea del Norte, Yemen, etc) sino a otros que, como Israel, están caracterizados precisamente por actuar como bandas terroristas y tener bandas (muy bien disfrazadas por cierto) que se dedican al terrorismo de estado.

Si Jiménez Losantos quiere exterminar de la faz de la Tierra a aquellos estados que el considera “terroristas” y con ellos a todos sus ciudadanos, se encontrará prácticamente sólo en su intento de lograrlo. Un incendio no se apaga mojando las lenguas de fuego sino reduciendo a cenizas el foco de dicho incendio. Por eso mismo el terrorismo no se extinguirá eliminando los estados que lo promueven y/o admiten sino eliminando otra serie de elementos tales como la pobreza en el mundo subdesarrollado o la radicalización extrema de la religión (y no hablo solo de la musulmana, también la católica-evangelista) y promoviendo valores de solidaridad de los mas favorecidos hacia los más pobres para así convertir en menores las fronteras.

Y es por eso que el terrorismo no desaparecerá con hombres que, como Federico Jiménez Losantos quiera pagarles con la misma moneda: “Ellos me atacan, yo les ataco el doble”. Como decía Gandhi: Ojo por ojo y al final todos acabaremos ciegos.

“A la civilización, a nuestra civilización, le han declarado la guerra sus enemigos”

Y mi pregunta es: ¿Por qué existen enemigos de nuestra civilización? ¿Quizás porque hemos sido precisamente nosotros los encargados de crearlos? ¿Quizás porque nuestro egoísmo los ha hecho crecer y hacerse fuertes?Sinceramente, no lo sé. Lo único que quiero es soñar con algo diferente algún día. Ojalá cuando ese momento llegue, aun siga viviendo para esbozar una sentida sonrisa de satisfacción. El momento en el que no existan las fronteras, las desigualdades, el terrorismo... ¡qué sé yo!

Solo deseo que al haber leído todo esto, algo se haya conmovido dentro de ti. Será una buena señal.
Paz.

- el llanero solitario

17 septiembre 2006

Existen cosas que hemos de esconder

No se puede gritarlo todo a los cuatro vientos. La vida te va enseñando esta clase de cosas poco a poco. Primero deja que te equivoques, seguidamente te sonrojes y finalmente, aprendas.
Cuando era un crío y aún no había recibido tan valiosa lección decía lo que pensaba sin miedo a la represión, a las malas miradas, a las peores lenguas.

Si aquella niña me gustaba se lo decía: “Hola, ¿quieres que seamos novios?” Curiosamente (y sigo sin entender porqué) la respuesta solía ser muy similar; un claro y elocuente “Déjame en paz niño”, una penetrante mirada que se traducía en algo parecido a “¡Piérdete!” o simplemente un doloroso cachete en mi mejilla.

Sí. Parezco un cincuentón hablando así. Es como si ya hubiera vivido toda mi vida cuando en realidad imagino que la verdadera vida la tengo a la vuelta de la esquina. ¡Ojalá sea así!

Sin embargo, y para no desviarme del brevísimo tema que quiero tratar, me formulo la siguiente pregunta: ¿Existen cosas que hemos de esconder? Ahí lo dejo, para que gastéis unos instantes en meditarlo...

-el llanero solitario

13 septiembre 2006

Encerrado en tu sueño



Nuestras vidas han de ser mortales,
insufribles nuestros sufrimientos... han de serlo.
Y la generosidad de nuestros egoísmos,
quien nos encerró en este sueño.
...
Nuestras vidas son impetuosas,
inaguantable nuestra paciencia lo está siendo.
Y la valentía que demuestran nuestros miedos,
quien nos encerró en este sueño.
...
Nuestras vidas fueron difíciles,
inconcebibles nuestras realidades lo fueron.
Y la rebeldía de nuestra tranquilidad,
quien nos encerró en este sueño.
¿Quién nos encerró en este sueño?
...
Y si algún día, al nacer en el profundo olvido,
me ves agonizar cual ceniza sin su fuego,
te prometo estar eternamente agradecido
por haberme hecho vivir un auténtico sueño.
...
Y si algún día, al morirme, ves que me despierto,
con tus suaves manos vuelve a cerrarme los ojos
para que así puedan morir todos mis deseos,
y yo siga viviendo, encerrado en tu sueño.
.....
-el llanero solitario

Única

Nostalgia perdida en un único corte
de su recuerdo olvidado ya único.
Lo único que olvidé fue la música
pero jamás podré olvidar al músico.
Ella significó el único músico,
la única realidad fue la música.
Lo único que nunca pude decirle,
es que para mi, siempre será única.

-el llanero solitario


La tristeza de Marta (y 3)

Paso a paso. Respetando la imponente atmósfera que le rodeaba. Una atmósfera envuelta en misterio y llena de oscuridad. Una atmósfera que hacía que la melancolía de Marta comenzase a arder dentro de sí.

Se sentó en un banco, ligeramente cubierto de escarcha que Marta apartó acariciándola con su mano de seda.Aquél banco era el único para Marta. Sentarse en él, significaba volver la vista atrás. Verla allí era sinónimo de profunda tristeza en su corazón; por desgracia para los que hasta entonces la querían, Marta lo visitaba siempre que podía.

Se tumbó. Quiso buscar alguna estrella errante en el cielo. Quiso buscar la luna y susurrarle algunas palabras al oído. Pero estaba sola. Quizás más sola que nunca. La luna había huido y había hecho prisioneras a todas las estrellas del firmamento. No brillaban. Marta no las veía pero sabía que desde algún lugar le miraban y lloraban junto a ella. Lo mismo pensaba sobre él. No estaba junto a ella, pero desde la inmensidad del universo sabía que cuidaba de ella.

Cerró los ojos, no quería que le viera llorar. Marta siempre había aparentado una fortaleza de hierro que le protegía de todas los puñales que le iba lanzando la vida. Pero siempre los mas fuertes, son los mas indefensos.Se tumbó y cerró los ojos. Solo pensaba en él, en aquella breve tarde, en todos los detalles. Cualquier gesto, sonrisa, mueca, caricia.Ocurrió en primavera. Todo había sido la primavera pasada a tan duro invierno.Marta, cuando sobrepasaba la barrera del delirio, pensaba que aquel invierno era un castigo divino.

Todo fue una tarde de Abril. Un cielo azul oscuro amenazante. Un parque verdecido, inundado de flores. Un hombre, una mujer. Dos amigos. Dos amigos que, mutuamente, quisieron dejar a un lado la amistad y hacer que fluyera el manantial del amor, por tanto tiempo contenido absurdamente.Todo empezó en aquél banco donde Marta estaba tumbada. Comenzaba a llover. Lluvia fina, lluvia de Abril. Ambos estaban sentados, contemplando el infinito, cuando él se levantó. Abrió sus brazos, cerró los ojos y dejó que la lluvia, mas intensa a cada instante, le mojara. Marta le imitó, se levantó y se colocó enfrente de él.

“Daría lo que fuera porque jamás se acabara esta lluvia” dijo él dejando escapar una sonrisa. “Y yo daría todo porque este momento jamás muriera” agregó Marta.Desde aquel instante ya no mojaba la lluvia. Los dos abrieron los ojos y los segundos de sus miradas cruzadas fueron la absoluta eternidad. Era fuego vivo, era todo el amor contenido durante meses el que ahora quemaba el aire.Era el brillo de sus caras húmedas, eran sus cuerpos deseosos de unirse. Eran sus mentes diciendo a sus corazones: “Ahora te toca a ti”.

Y por fin sus labios se unieron. Despacio, al compás de la fina lluvia que aún caía. Suavemente, regalando pasión adolescente.


Aquél chico, Borja, moriría horas después mientras dormía. Muerte súbita. Pero ni el consuelo de una muerte dulce pudo paliar la tristeza de Marta. Una tristeza que le acompañará siempre. Un puñal que de nuevo intentó clavarse en su piel. Lo consiguió.
Desde aquel día Marta vive muriendo, malherida. Llorando cada noche que visita el parque. Llorando a cada instante que quiere ver la cara de Borja en su recuerdo. Llorando cuando viene a su mente aquél beso. Que fue el primero, el último. Aquel beso, que fue único.

-el llanero solitario

10 septiembre 2006

La tristeza de Marta (2)

No quiso abrigarse.
La noche era gélida, capaz de helar al mismísimo infierno pero Marta era fuerte. La vida le había convertido en una roca, una roca hueca. Aparentemente fuerte por fuera y sin embargo vacía y débil por dentro.

Vaqueros arrugados, fina camiseta rosa, zapatillas blancas de deporte y un ajustado gorro, del cuál parecían querer escaparse algunos mechones de su oscuro cabello castaño.
Marta anduvo durante unos instantes por el centro de la calle, evadida del mundo que le rodeaba. Dormido.

La débil luz de las farolas no resultaba acogedora. Más bien era una invitación a abandonar aquel hinóspito lugar. Una invitación a la que, como a tantas otras, Marta no prestó atención alguna.Los coches, aparcados a ambos lados de la calle, sufrían desde hacía horas el incesante ataque de la ligera brisa helada. También el asfalto comenzaba a sucumbir ante tan implacable enemigo.

Marta dejó de caminar. Se encontraba justo a las puertas del parque donde tantos tristes paseos de despedida habían nacido, crecido y muerto. Decidió entrar, pensando que uno más (aun a pesar del frío y la oscuridad) no podría hacerle daño alguno después de todo.

Era allí donde había pasado las infinitas tardes de su niñez. En ocasiones durmiendo junto a su abuelo, ya muerto, a la sombra de cualquier roble. Alguna vez leyendo, sentada en el banco más escondido de todo el parque, protegiéndose de las miradas que acechaban. Quizás sintió en aquel lugar como la lluvia golpeaba suavemente su cuerpo contadas tardes de Abril, mientras ella miraba al cielo, esperando el regalo de un arcoiris que posiblemente jamás llegó. O quizás fue allí donde conoció el amor.

Dar el primer paso dentro del parque era para Marta como para cualquiera de nosotros abrir ese álbum de fotos viejo y empolvado e ir repasando poco a poco todas las fotos que en él se hallan. Dejar que nuestros labios se ensanchen y formen una amplia sonrisa muda mientras nuestros ojos brillan al recordar cada anécdota unida a cada imagen.
Para Marta sin embargo era diferente. No había sonrisas y el único brillo que se dibujaba en sus ojos era el de las lágrimas que brotaban.


-el llanero solitario

08 septiembre 2006

La tristeza de Marta (1)

La habitación a oscuras, tan solo iluminada por la luz de sus ojos. Húmedos por las lágrimas derramadas.
Marta estaba tumbada en la cama, boca arriba. Miraba hacia el techo buscando en él los caminos que había dejado atrás y que, según iba reflexionando: “Nunca debí haberlo hecho”

Hacía frío. A fuera el invierno anunciaba su llegada pero a ella eso no le importaba. Estaba desnuda, la persiana de la habitación ligeramente subida. La ventana abierta, dejaba pasar una gélida brisa de finales de Noviembre.

La ciudad no dormía. Marta tampoco. Y no era por falta de sueño, quizás fuera por exceso de sueños que siempre habían acabado igual; arrugados, olvidados, tirados en cualquier esquina de cualquier lugar.
No buscaba a nadie y sin embargo se buscaba a sí misma. Llevaba años fuera de su cueva pensando que encontraría en algún momento el tesoro en forma de persona que tanto había ansiado. Y regresó a su melancólico escondite, derrotada y desencantada.

Finalmente, Marta había perdido la ilusión. Desde aquél día nadie la ha vuelto a ver sonriendo. Jamás. Y es una verdadera pena, porque aquella sonrisa era el más puro reflejo de la felicidad de una pequeña adolescente. Ilusa y soñadora, como todas y todos lo somos en algún momento de nuestras vidas.

Se levantó de la cama apresuradamente. Iba al baño, en busca de un halo de agua que golpease su rostro. No quería dormir. “¿Para que dormir cuando lo único que consigues es ver los sueños que nunca lograras? se decía, intentando calmar la ansiedad que recorría su cuerpo indefenso, desnudo.
Con las yemas de sus dedos comenzó a recorrer las delgadas líneas de yeso, que en la pared del baño, separaban un azulejo de otro. Parecía como si también los azulejos intentasen compadecerse de ella, de sus males y su destino.
No podía resistir aquello por mucho más tiempo. Se metió de forma violenta en la ducha, rompiendo el majestuoso silencio de la noche. Giró ligeramente la rueda de agua fría y esta comenzó a caer lentamente, gota a gota.
Con los ojos cerrados fue dejando que el agua fluyera con más fuerza a cada instante, produciendo un sonido melódico y natural del que incluso el mismísimo Isaac Albéniz habría sentido envidia. Sana, como todos los genios.

Así estuvo Marta, bajo el agua fría, durante unos largos e intensos diez minutos. Sin mover un músculo de la cara, aguantando estoicamente el castigo que ella misma se estaba infligiendo. El agua resbalaba por la comisura de su boca, las curvas de sus mejillas, humedecía ligeramente su barbilla. Lo que quedaba, bajaba sigilosamente por su cuello. Las gotas perdían el rumbo. Algunas acababan perdidas en sus pechos, otras no morían ahí y seguían camino...

Eran cerca de las tres y media de la madrugada y Marta salía de la ducha. Su cuerpo estaba prácticamente seco. Sus ojos, húmedos.
Nada había cambiado. La tristeza seguía instalada en su oscura habitación.
Sin darle importancia a las horas que transcurrían, Marta se vistió y salió a la calle. Dando pequeños y silenciosos pasos salió a la calle. Esperó a que Tristeza, Melancolía, Desilusión y Agobio salieran junto a ella y se adentró en la leve ventisca que protegía a la noche.

-el llanero solitario